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—Llevaba viajando mucho tiempo, desde que había ido a enrolarse para la batalla en Argus, había estado también dándole muchas vueltas a la cabeza. A sus oídos llegó que su hermana seguía viva en algún lugar, y, en cuanto lo supo tomó un caballo prestado y partió en su búsqueda. La travesía fue cuanto menos larga, debía ir a las tierras de la plaga para poder visitar el lugar en el que habían visto a su hermana por última vez, sin embargo, su sorpresa fue mayor al encontrar un pequeño grupo de soldados acampados a medio camino en el puerto de Menethil, bastante antes de llegar a las tierras que eran su antiguo hogar, Lordaeron. Por suerte no había tenido que salir del continente ni alejarse demasiado de Ventormenta, el ir a aquél lugar iba a causar estragos en él seguramente.

Lo que le llamó la atención no era que fuesen soldados, sino que llevaban armaduras de Lordaeron, seguramente eran los restos que habían sobrevivido, sin embargo, cuando se acercó a estos pudo ver una figura altamente reconocida, si bien había pasado mucho tiempo su hermana aún estaba bastante viva en sus recuerdos, su capucha impidió que tanto los soldados como ella le reconociesen, por lo que solo parecía un jinete más pasando de largo, sin embargo, no se alejó demasiado del puerto que, de por si, estaba bastante destrozado por culpa del cataclismo. Esperó a la noche, cuando la guardia fuese más fuerte fuera de la capilla en la que se habían instalado para poder entrar por las catacumbas.

Allí encontró a varios no-muertos, ghouls, descerebrados y sin ningún tipo de voluntad que mandó de vuelta a las tumbas sin esfuerzo alguno, le había dado mucho tiempo para conocer los comportamientos de esos seres y, gracias a la luz que le acompañaba, podía quitárselos de encima con un mandoblazo cada uno, a veces, hasta dos seguidos de un solo movimiento de este. Con cada tajo, la luz se desprendía del metal formando un pequeño rayo, una chispa, que hacía que los cuerpos prácticamente se abriesen con más fuerza de la que ya llevaba el Paladín.

Tras segar toda no-vida de aquellas catacumbas, empujó a la piedra de la entrada de la cripta con cuidado de no hacer demasiado ruido y salió de esta con la capucha puesta. Entre las sombras avanzó, incluso su armadura parecía acompañarle en su suerte esa noche pues apenas se escuchaba el roce de las placas a la hora de moverse. Subió unas escaleras blancas, con detalles dorados, de caracol, para luego encontrarse en la zona superior de la abadía, una especie de campanario cerrado por vidrieras que contaban historias del alzamiento de la susodicha en aquella ciudad y del por qué el nombre que había recibido.

En una cama, su hermana con un vestido de color azul, bordeados dorados y una gigantesca "L" cruzándole la espalda del mismo. El ruido de los pasos la alarmó, haciendo que se levantase de golpe mirando hacia la figura encapuchada tomando un atizador para leña, que le serviría como maza improvisada. Arthas en ese momento alzó levemente la mano, para que se detuviese, descolgándose el mandoble y dejándolo en el suelo.—

La venganza de la luz... —Siseó Calia al reconocer los símbolos del mismo.— No se que clase de broma es esta, pero como no te vayas, llamaré a los guardias.

Eso no será necesario. —Respondió el joven, la mayor de los dos palideció en apenas segundos mientras el rubio se quitaba la capucha con lentitud.— Hermana.

—Con los ojos vidriosos, Calia se llevó ambas manos a la boca evitando no sabía qué, si el grito, si el sollozo que había amenazado con salir o si la bendición que echaría al espíritu oscuro que había tomado la forma de una mala broma de hermano difunto, de hecho, lo hizo, y sin embargo no pasó absolutamente nada, como sacerdotisa tenía bastante confianza en si misma, sin embargo, lo que tenía delante de él no tenía nada que ver con un espíritu, y mucho menos con alguien oscuro. Finalmente dejó caer el atizador y se acercó corriendo hacia el Paladín, abrazándolo con fuerza durante los cuatro primeros segundos, pasando a darle luego un potente bofetón.—

¡¿Cómo te atreves a... —Pareció por unos momentos pensarse lo que iba a decir, pero, no había nada que pensarse realmente, solo estaba buscando las formas.— ...a aparecer delante de mi tan tranquilamente después de matar a padre, a madre, destruir el reino!?

—Podía ver la ira en aquellos llorosos ojos, pero también una profunda tristeza, y algo de alegría, todo chocando a la vez. Un nuevo bofetón llegó a la mejilla ya enrojecida de Arthas, quien no hizo por defenderse. Hacía mucho tiempo que no se derrumbaba ante nada, y en esos momentos no podía encontrar la fuerza para mantener su ser calmado. Hacía mucho que no lloraba, desde la muerte de Invencible y de eso hacía más de una década, así que, finalmente, la máscara de Arthas Menethil se rompió delante de su hermana a la par que una solitaria lágrima aparecía en su ojo derecho, la fortaleza que había estado mostrando solo era una sombra, la realidad era que llevaba mucho tiempo destrozado y que no lo había podido exteriorizar apropiadamente hasta el momento.—

¡Encima te conviertes en... en eso! —Dijo refiriéndose al Rey Exánime.— ¡Y tienes la cara de mostrarte aquí de nuevo, maldito seas!

—Gritó con la voz rota, viendo que el estoicismo de su hermano caía por momentos, de nuevo lo abrazó, y él la abrazó a ella con las mismas fuerzas que antes había usado. Pasaron un par de minutos en los que los hermanos descargaron un poco de lo que había dentro de ellos, casi pareció que dentro de su ser, había algo que se rompía, y es que la tristeza fue pasando poco a poco, al menos, en parte.—

No se cómo explicarlo, Calia. —Ya más calmado, Arthas se encontraba delante de la chimenea, su hermana mirándolo desde la cama como si estuviese mirando al recuerdo del joven príncipe de Lordaeron, el pequeño hiperactivo que siempre estaba queriendo hacer cosas, escaparse para poder ir a ver a su amigo en los establos o incluso montar sobre Invencible dejando que fuese el viento el que guiase su galope.— Me trajeron a la vida de nuevo, y, con el tiempo la luz ha vuelto a mi.

—Le había contado toda la historia, lo que le pasó con la Agonía de Escarchas, después de todo aunque ella supiese lo que había hecho, lo que había pasado dentro de él era algo que solo ÉL y nadie más sabía. Aquella absurda y falsa sensación de poder, aquella sed de tener más, el hambre de la espada que le afectaba a él y el hecho de que lo primero que se cobrase fuese su propia alma dejándolo como un ser sin remordimientos, con muchas dudas, siempre debatiéndose entre la luz y la oscuridad para al final terminar cayendo de nuevo cada vez que intentaba volver a ser él mismo, terminando luego en el punto que todo el mundo sabía, con el casco y la armadura del Rey Exánime sobre él, siendo una de las amenazas más importantes para Azeroth, incluso le contó que había vuelto con Jaina en cierto domo, cosa que la alegró, total, sabía que no lo iba a contar a nadie más así que se lo permitió.—

¿Qué harás, Arthas? No me digas que vas a intentar retomar Lordaeron, no querría perder a la única familia que me queda de nuevo. —Podía notar el dolor de sus palabras incluso sin mirarla, el rubio negó un par de veces.—

Aunque ganas no me faltan, ya he causado bastante dolor a esas tierras, y aunque los no-muertos no deberían siquiera existir, los renegados son ahora los que tienen esas tierras. —Colocó su mano sobre la caliente piedra negra de la chimenea.— Por lo pronto, iré a Argus, a combatir contra la Legión.

¡Eso es peor que Lorda...!

Aún no soy digno ni de estar vivo siquiera, no después de lo que he hecho. —Se giró, mostrando un gesto serio y determinado, cosa que impactó a la mujer, su hermano pequeño había crecido a las malas, y, a las malas parecía que iba a seguir viviendo.— Quiero ser digno de esta segunda oportunidad, y quiero salvar a los que no pude de la plaga.

Entonces... dejadme ir, curaré a los heridos hasta que llegue el momento de que partáis.

—Asintió levemente, si bien habían sacerdotes allí y el propio profeta Velen, tal vez una digna sucesora de la casa Menethil haría algo más que un Paladín sin orden.

Solo el tiempo diría si había hecho lo correcto visitándola.—

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