

Arthas Menethil, hijo del Rey Terenas II, la Reina Lianne y hermano menor de Calia Menethil, heredero del trono de Lordaeron y paladín de la mano de plata no siempre fue el guerrero que se conocía por sus hazañas y a la par sus atrocidades. De niño se podía decir que era un buen manojo de nervios que no podía estarse quieto durante más de tres segundos seguidos, siempre quería impresionar a su padre ante todo, ganarse su aprobación y su consentimiento para las cosas que hacía incluso aunque se saltase las clases para ir a jugar con el hijo de un criador de caballos, cosa que le ganó una buena reputación en su reino y que le hizo ser muy querido entre los mismos. Un punto crítico para él fue con nueve años, la primera vez que vio los estragos de la guerra fue justo después de hacer nacer a un caballo que más tarde jugaría un papel muy importante para el príncipe, junto con Uther, ese día volvió al castillo aún envuelto en paja y placenta de caballo por la ropa.
Ese mismo día conoció a un muchacho proveniente de Ventormenta, todo el mundo lo admiraba, mas él veía lo que otros no, un niño al que se le había puesto un peso muy alto sobre los hombros, el que hasta entonces había sido el Príncipe Varian Wrynn.
Intentó tranquilizarlo una vez la audiencias fueron realizadas, con temas triviales tras encontrar el odio que guardaba el muchacho por la horda, y por un nombre en concreto: Garona, quien traicionó y apuñaló en el corazón a su padre tras haberse ganado su confianza.
Dos años después, tuvo el absurdo placer de, tras varias meteduras de pata en una iglesia en la que le estaban dando las bendiciones para empezar su adiestramiento de Paladín, conocer a Jaina Valiente, de la cual tenía que decir se quedó prendado de su belleza pese a su temprana edad, siendo este un encuentro, a su ver, predestinado.
Con el tiempo y tras unos bochornosos momentos, se volvió aprendiz de Muradin Barbabronce, un enano que se comprometió a enseñarlo a luchar. Al principio la relación fue un poco tensa ante la inutilidad de Arthas manejando cualquier tipo de arma, pero con el tiempo empezaron a volverse buenos amigo. Entre este tiempo Arthas se ofreció a escoltar a Jaina hacia Dalaran, en el trayecto se hicieron buenos amigos pese a haber sido solo un día y una noche, además de parte del siguiente. En ese trayecto había aprendido que ambos compartían un espíritu aventurero, aunque una opinión contraria a los orcos, donde él veía animales ella veía seres con sentimientos.
La despedida entre ambos hizo que el corazón del niño saltase con fuerza, un "Me encantaría volver a verte", solo eso, hizo que no pudiese dormir durante varias noches por la emoción que sintió.
Sin embargo el tiempo pasó, y aunque tenía a Jaina muy viva en su mente y recuerdos, su entrenamiento como Paladín y como Guerrero era algo que se estaba tomando muy en serio, siendo capaz de, a sus 16 años, igualar e incluso derribar a Muradin ya no solo por habilidad, sino que también por resistencia y capacidades físicas.
En ese trayecto tuvo una conversación con su hermana, a quien la iban a obligar a casarse en contra de su voluntad y sin amor de por medio, y en ese momento se prometió una cosa y es que no aceptaría que su padre le obligase a casarse con alguien a quien su corazón no perteneciera previamente, incluso aunque fue lo suficientemente hipócrita para decirle a su hermana que lo mejor era que obedeciese a su padre, en cierto modo, no solo le tenía respeto después de todo sino que también había algo de miedo en el joven príncipe por las acciones que podían tomarse.


El invierno de sus 16 años fue sin dudas también el más duro que tuvo jamás en su vida. Por mero capricho casi, salió a montar a Invencible en medio de una tormenta de nieve en la que se creía, propiamente, como alguien capaz de desafiar incluso a la naturaleza, incauto él, que se sentía libre volando a lomos de su corcel entre saltos y disfrutaba como un niño se precipitó a la perdición para su caballo tras un resbalón por culpa del hielo y la piedra.
La caída fue aparatosa para el príncipe...
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...pero infinitamente más para Invencible.
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Cuando se levantó, buscó con la mirada al caballo, encontrándose con un bulto agonizante envuelto en sangre. Las patas delanteras del caballo estaban destrozadas y cada vez que intentaba levantarse los huesos desgarraban la carne más y más. El joven príncipe por primera vez en su vida se quedó congelado por el terror y la culpa, llorando como jamás antes lo había hecho. Tal era su propio dolor que los chillidos del caballo fueron acallados por sus manos llevadas a los oídos, cerró incluso los ojos, notando como las lágrimas se le congelaban poco a poco debido a las bajísimas temperaturas y como sus articulaciones empezaban a perder la sensibilidad. Llegados a cierto punto, el caballo dejó de moverse, de luchar, de chillar y de enloquecerse del dolor, este lo había superado y sus ojos estaban blancos del mismo, aún estaba vivo, aunque perdiendo el calor y entonces el príncipe llegó a un punto de inflexión, aquella criatura que había visto nacer, que había ayudado, no podía verlo sufrir así. Torpemente se acercó a su corcel, colocando la cabeza sobre sus rodillas tras arrodillarse frente a él, el caballo lo miró con tranquilidad mientras Arthas le acariciaba el lomo, notando su calor, manchándose de su sangre, sintiendo su tristeza... si no hubiese sido tan inconsciente, tan estúpido.
Con su espada, acabó con el sufrimiento del caballo de una estocada al corazón, el criador del mismo lo encontró tras haberlo sacrificado y salvó a Arthas, diciéndole que no se preocupase, que esa noble criatura había muerto junto a su amo mientras que el joven solo sollozaba, diciendo que había sido un accidente.
Ese mismo año, en verano, una ceremonia se llevó a cabo en Ventormenta ante los ojos de los conocidos y amigos de la familia real: Arthas ingresó como paladín a la orden de la mano de plata bajo la tutela de Uther el Iluminado, amigo y mentor desde niño.
Tras jurar sus votos, la luz invadió el cuerpo del joven príncipe al principio como una sensación de dolor, la Luz lo juzgó, lo leyó como si fuese un libro abierto y luego le concedió su poder ante el deseo de no dejar que nadie más muriese tras el fallecimiento de su caballo, la ceremonia no fue muy larga pues tras recoger su martillo, la venganza de la luz, fue nombrado y lo siguiente fue puro protocolo.
Los familiares de Arthas lo abrazaron con fuerza, incluso Jaina, que había asistido se unió a la celebración durante un breve momento, pues la hermana de Arthas tenía planes para ella.
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En los siguientes dos años estuvo aprendiendo los secretos de la Luz, de vez en cuando se escapaba de forma furtiva a visitar a Jaina pues aún no había vuelto a Dalaran y su amistad se asentó incluso más si es que se podía pues, desde corta edad, la complicidad mútua era cuanto menos enorme, casi se podía decir que la atmósfera entre ambos no era la de unos simples amigos, aunque ciertamente lo eran y la impresión que tenía Arthas en esos momentos era que Jaina era una amiga con la que se podía bromear, incluso, hasta el punto de llegar a tirarle una bola de nueve a la cara y seguir riendo mientras el juego continuaba inocentemente.


Dos años después de su nombramiento, ante la paz que había en aquellas tierras, Arthas le propuso a su padre el ir a Dalaran para obtener conocimientos de historia y magia, pudiendo convertirse así en un rey sabio como lo era él, sin embargo sus intenciones aunque en parte eran esas, estaban enfocadas en otra cosa. El primer día que estuvo allí se encontró con Jaina tras esta haber estado hablando con un príncipe élfico que por lo visto la había dejado tensa, casi intimidada, así que la forma que tuvo de acercarse fue tapándole los ojos por la espalda, susurrando un "¿Quién soy?". Ella lo adivinó, y estuvieron bromeando un rato sacando ambos sus lados más informales con el otro, con la plena confianza que los caracterizaba.
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Esa noche, en la cena, Kael'thas y Arthas cruzaron argumentos sobre los orcos que estaban en los campos de concentración a modo de gladiadores. Esa misma noche empezó a dejar claros sus sentimientos hacia la maga tras una acción que podría pasar por inocente y caballeresca, más un beso en la mano prolongado, más de lo debido, plantó la duda.
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Un par de días después la convenció para ir de paseo a caballo, con comida y bebida, por lo que iba a ser un día largo.
Efectivamente, a medio día comieron algo y se quedaron dormidos, ella más rato que él, rato que aprovechó para ir rápidamente con su caballo hacia la montaña más cercana a por nieve y en cuanto la vio despierta empezó a atacarla con bolazos de esta, dándole primero en la nuca. Le respondió con otro, más la cobertura del príncipe era mejor que la de la maga. Una vez se terminaron las bolas de nieve Arthas se infiltró en la posición de la maga y, por sorpresa, la abrazó juguetonamente, un abrazo que no acabó ahí, dispuesto a quitarle el frío de la nieve, Arthas apretó a Jaina contra si mismo, y, tras varios segundos en los que se miraron, dudando ambos por la inseguridad de la primera vez, se besaron, un beso que duró bastante, que disfrutaron al ser el primero y que jamás olvidarían.
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La relación había quedado para los momentos íntimos, pese a que Kael'thas los descubrió y entró en cólera porque Arthas y Jaina habían estado manteniendo lo suyo en secreto, sin embargo, pronto llegó el tiempo en el que no tuvieron que hacer eso más, en el que finalmente pudieron dar la cara.

Halloween llegó, con él, la quema del hombre de paja, una tradición de Lordaeron en la que se quemaban aquellas cosas de las que uno se quería deshacer, antes de esta fiesta Arthas invitó a Jaina a acompañarle de forma pública. Tanto su padre como el de la maga estaban de acuerdo con la relación que estaban llevando y siendo el príncipe querido como era, se podía decir que a Jaina la aceptaron de forma casi inmediata sabiendo que también tenía una aceptación por el pueblo bastante alta.
Esa noche, el príncipe presentó ante su gente a la maga y esta mostró sus habilidades quemando al muñeco con su magia, la gente se mostró contenta, hasta el punto que el príncipe y la maga se pudieron unir a la fiesta libremente para dolor de cabeza de las escoltas de ambos pues, de un momento a otro, se mezclaron con el gentío. Justo después de ese evento, el príncipe y la maga se retiraron a sus aposentos para terminar la noche, aunque, esto fue el principio del fin de su relación pues, entrando el solsticio de invierno, tuvieron que cortar su relación de forma temporal ante las inseguridades del príncipe, además, de los objetivos de ambos. Al principio fue muy duro, pero con el tiempo ambos lo aceptaron y no cerraron esa puerta ni mucho menos.
Sin embargo una terrible sombra cayó sobre él.
Una terrible plaga de origen mágico azotó las tierras de Lordaeron, al principio eran casos aislados de los que apenas habían un par de muertos o enfermos que se eliminaban sin problemas, sin embargo, poco a poco esta empezó a expandirse y el Rey Terenas envió a su propio hijo para detenerla. En ese tiempo había ascendido en La Mano de Plata por sus méritos militares bajo la tutela de Uther, siendo ya un Paladín casi renombrado.
Para ayudarle a investigar el origen de la plaga, Arthas pidió ayuda a Antonidas, el maestro de Jaina, quien la envió a ella estando preparada y versada en las artes mágicas hasta puntos que ni el príncipe era capaz de imaginar pero que se intuía. Esta plaga puso a prueba en todos los sentidos al príncipe, primero la desesperación de ver a su pueblo convertido en no-muertos, aunque tuvo toda la ayuda de la maga al haber iniciado de nuevo su relación en este proceso, incluso aunque Uther estuviese ahí para aconsejarle y la luz le diese fuerzas. Literalmente tuvo que presenciar como sus paisanos se convertían tras morir al haber ingerido comida contaminada-
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...Su pueblo estaba sufriendo, y él también.
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En una de las escaramuzas, encontraron a un nigromante llamado Kel'Thuzad, al cual mató sin mucha piedad y cegado por la rabia, entonces, se enteró de que el causante de la plaga, un Señor del Terror, se encontraba en Stratholme, llevado por la ira y la venganza, cometió errores que definirían su caída como príncipe.


Tras discutir con Uther y ver como Jaina le daba la espalda por primera vez, Arthas tomó a sus hombres más leales y asediaron la ciudad de Stratholme quienes, en principio veían como un rayo de esperanza para detener a los no-muertos que ya habían por los lugares les era arrancado cruelmente por el mismo príncipe, quien, con todo su pesar purgó la ciudad de una forma que se podría haber tildado hasta cruel. Bajo su casco, Arthas estaba teniendo una lucha interna que no iba precisamente en el sentido de la luz y la oscuridad, sino de sus propias ideas. Sabía que lo que estaba haciendo le apartaba totalmente del camino de la luz, pero lo que hacía, lo hacía por su pueblo, una ciudad a cambio de miles, ¿Acaso no era un sacrificio necesario si aquella gente ya estaba empezando a transformarse? Aun así, sentía un terrible dolor en el pecho de arrepentimiento, cólera, tristeza, inseguridad, todo esto en un molde de impotencia hecho un mejunje mientras la luz cada vez era más tenue en él, mientras esta decidía poco a poco abandonarlo haciendo que el martillo que una vez estuvo iluminado por la misma empezase a apagarse.
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Rodeado de sangre inocente, escuchó una risa que le hizo temblar de pies a cabeza de terror, era el demonio que había provocado todo aquello, Mal'Ganis, que estaba provocando una sensación digna de su nombre al joven príncipe quien, aun así, no se amedrentó.
Se lanzó a atacarle sin pensar en las consecuencias, sin pensar en el tamaño del demonio, en el hecho de que seguramente habría podido destriparlo de así quererlo en apenas un par de segundos, y sin embargo, ahí estaba, cargando llevado por la ira y también como mero instinto de supervivencia, ignorando el dolor que sentía por la masacre que había llevado a cabo siendo todos estos sentimientos cambiados por un casi enfermizo odio.
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"¡Te mataré aunque tenga que ir al fin del mundo!"
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Fueron sus últimas palabras allí, palabras que cumplió a rajatabla.
Y así empezó su caída.
Nada mas llegar a Rasganorte fue presa del destino, en el momento en el que lo pisó su alma se vio azotada por sueños y visiones que lo llevaban a verse empuñando una hoja con varias runas en el metal de esta, envuelta en un hálito azulado, casi helado, que le otorgaba tal poder que se vio capaz incluso de alzar a Invencible.
Al despertar, supo que era el destino lo que le estaba llamando, que había un poder allí dormido capaz de hacer que su pueblo finalmente pudiese volver a la paz, que le haría ser capaz de burlar a la muerte tanto consigo mismo como con sus seres queridos, que le ayudaría a protegerlos finalmente.
Entre escaramuzas, se encontró con el propio Muradin, a quien hacía mucho que no veía y es que por lo visto lo habían mandado allí a recoger reliquias del pasado y se estaban encontrando con problemas, la plaga se había extendido hasta Rasganorte y Arthas estaba dispuesto a luchar más que nunca para obtener su venganza, su tan ansiado premio.
Tras varias luchas, los hombres de su padre le avisaron de que debía volver a Lordaeron y Arthas, cegado por la ira, contrató a unos mercenarios para destruir los barcos que les permitirían volver, para luego, traicionar a los susodichos echándoles todas las culpas y matándolos sin piedad alguna ante un estupefacto Muradin, quien veía horrorizado en lo que se estaba conviertiendo el que una vez fue su pupilo, aquél entrañable niño que siempre llevaba una sonrisa en la cara en contraste a lo que tenía delante era como un espejismo en el pasado. Aquellas tierras habían cambiado a Arthas para mal.
Ambicioso de poder, siguió con la búsqueda de la hoja con la que había soñado, llegando a unas ruínas protegidas por espíritus que le pedían que se fuese.
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Pero ya no había marcha atrás.
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Su venganza sería tomada.
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Su pueblo sería salvado.
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Y él podría finalmente volver y proteger a aquellos que tanto amaba. La batalla contra los guardianes de la hojarruna fue feroz, pero, Arthas lo era aún más.


Pese a los avisos del espíritu, Arthas no dio su brazo a torcer a la hora de entrar en la cámara donde reposaba la agonía de escarchas, no titubeó ni ante las sensaciones de frío y muerte que estaba recibiendo pues, su fascinación por la espada era mucho mayor que cualquier tipo de miedo que pudiese sentir, tanto era así, que incluso ignoró los avisos de su mentor y, acudiendo a los espíritus del lugar, pues, al tocar el hielo que rodeaba la espada fue capaz de sentirlos, le imploró que le dieran el poder para poder salvar a su gente.
Un estallido de hielo los sacudió tanto a Muradin como a él, lanzándolos de espaldas, aunque el enano no corrió tanta suerte, su casco había sido destrozado por un témpano y otro le estaba atravesando de lado a lado el pecho. Arthas sea cercó a él y con los últimos atisbos de luz que le quedaban, curó la herida del enano. A sus espaldas un susurro lo llamó, se trataba de la agonía de escarchas que se encontraba clavada en el suelo con una imponente presencia saliendo de ella.
Con decisión tomó la espada, notando en ese mismo momento como su cuerpo era invadido por una gélida sensación que provocó que su alma se estremeciese, poco a poco, todo sentimiento de remordimiento o duda se disipó ante los susurros del señor oscuro de la espada.
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Desde ese momento Arthas Menethil se convirtió en el primer caballero de la muerte, y su venganza contra Mal'Ganis se vio completada con un sablazo de la misma poco tiempo después.

Tras mandar a un mensajero a su padre diciendo que había vengado a la gente de Stratholme y que había derrotado al señor del terror, el pueblo de Lordaeron recibió a su príncipe en una celebración digna de un héroe. Los pétalos de rosas rojas caían sobre él como una leve lluvia cargada del ahora desagradable olor de las mismas, tomó un pétalo entre sus dedos, pétalo que se secó de inmediato y que luego lanzó para abrir con fuerza las puertas del castillo, donde le esperaba su padre. Se arrodilló por última vez ante este desenvainando su espada y, cuando se levantó con una media sonrisa, el Rey Terenas se fijó mejor en la dantesca escena que era ahora su hijo tras quitarse la capucha para, momentos después, ser asesinado con la hojarruna de una certera estocada al corazón. Sus hombres se dedicaron a erradicar toda vida existente en aquella ciudad, tanto en la parte superior como en Entrañas, empezando así un nuevo ciclo de la plaga.


Tras la matanza realizada en Lordaeron, lo que antes era una próspera ciudad, ahora no eran más que las ruinas, testiga de los actos de un hombre que había caído en la decadencia más absoluta con respecto a sus actos y ahora, su alma.
Su siguiente acción no fue otra más que levantar a ese corcel que en el pasado había dado vida, había matado y que ahora iba a hacer renacer. Posó su espada en el suelo con suavidad, las grietas en la tumba de Invencible empezaron a brillar en un fuerte fulgor azulado, el invierno se llevó una vez a su caballo, solo para traerlo años después en esa época. Juntos harían temblar los cimientos de ese reino, tal y como juntos una vez llenaron de esperanza los corazones de sus gentes.