

"¿Por qué fui traído de vuelta? Me dijeron que había un rayo de esperanza para mi, que aún podía vivir y que mi propósito llegaría. Pero ahora todo está tan confuso que solo puedo vislumbrar un oscuro sendero solitario que solo se dirige hacia un lugar. El trono helado todavía retumba en mi cabeza, en mi alma, y los vestigios de este no dejan siquiera un descanso a mi ya maltrecho cuerpo."
—El joven príncipe no había podido pegar ojo durante días, si bien su mente parecía vacilar entre el pesimismo y el optimismo quedándose en un punto medio bastante moldeable su alma estaba aguantando en todo momento, resistiéndose a lo que había dentro de él y es que la oscuridad que había residido en un pasado en su interior ahora estaba intentando desatarse ya que, cuando el joven príncipe dio la espalda a la luz, pareció que esta se había ido para no volver por mucho que quisiese redimirse y eso le había dejado débil, especialmente con los tormentos que había sufrido su alma por culpa de los restos esparcidos de la agonía de escarcha, era como si su propia alma se hubiese visto fragmentada, como si lo hubiesen partido una y otra vez pero sin llegar a separarse.
Rememorando todo esto, se encontraba en una de las tabernas de los exteriores de Ventormenta, aparentando ser un simple montaraz que estaba pasando en su largo viaje por allí y es que el aspecto de Arthas en ese tiempo había cambiado bastante, una incipiente barba que le rodeaba la cara, su cabello rubio había pasado a platino por culpa de las influencias que lo atormentaban día si y día también y su cuerpo, alguna vez preparado para la batalla, estaba en comparación delgado y allá donde fuese, siempre le acompañaba el frío, no para él, sino para los que le rodeaban, como si la vida de su alrededor estuviese condenada a morir bajo una capa de hielo oscuro. Sin embargo no era algo que pudiese controlar, no en su condición, y es por eso que se había recluido en aquella habitación ya invadida por la escarcha, ni las sábanas de la cama habían huido de estas quedando como un trozo de tela completamente rígido.
Sin embargo su mente no estaba precisamente en aquella cama que estaba haciendo de soporte para su cuerpo, como tampoco lo estaba en el vaso de agua helada que estaba por quebrarse al lado de esta, ni en el murciélago que había perdido la vida y había chocado contra el suelo como si de una piedra se tratase nada más entrar a la habitación. Su mente estaba enfocada en otro sitio, en su alma, un letargo parecido al que sufrió en el pasado que, no le estaba congelando a él precisamente, así que se podía decir que en cierto modo era distinto.—
Tienes valor viniendo aquí, principito. —Una voz gruesa resonó en su cabeza, propia de un orco, y la verdad es que no se alejaba de lo que en realidad era. La figura de Ner'Zhul se alzaba al otro lado de una mesa de roble rojo en la que ambos estaban sentados, esa era una escena que antes había vivido, una escena que se estaba repitiendo. Al lado de Arthas, un niño, que esta vez no tuvo que presentarse, sabía que ese niño era todo lo bueno que había en él, y, delante, lo que había jurado dejar atrás.— No me mires con esa cara, siempre fuiste tú, tus más oscuros deseos. ¿O es que creías que un siervo de la luz podía permitirse odiar? La luz solo te reprimió.
—El ya no tan joven Arthas colocó ambos codos contra la mesa, y, su rostro, apoyado en las manos mientras miraba hacia el orco.— Tal vez en el pasado podrías haber jugado con mi mente, pero ahora, mi alma es mía, brujo. —El niño miró a Arthas con una brillante sonrisa, la inocencia que alguna vez tuvo seguía allí, su corazón latía por si mismo y aunque no sentía la luz, sentía que era él mismo. En su mente estaban las palabras de Seleria, las de Varian, básicamente, las de los que por alguna razón que no lograba describir creyeron en él. Instintivamente se llevó la mano al pecho, rozando un guardapelo que había decidido guardar como bien pudiese y, tras esto, se levantó de la silla ante la perpleja mirada del orco, quien, de un momento a otro dejó de poderse mover, como si de un momento a otro se hubiese vuelto tetraplégico. La mirada del príncipe se afiló e iluminó en azul humeante, algo casi antinatural. Pero claramente, normal para alguien que había llevado la corona del Rey Exánime.— Y es hora de que descanses.
—De repente abrió los ojos, y el frío se detuvo, aunque el humo azulado salía con tranquilidad de sus ojos ahora no había control de nadie, no había miedo, no había duda: Solo Arthas.
Tras cerrar los ojos, ese humo paró de salir y al abrirlos de nuevo, eran los suyos. Y aunque no fuese tan fuerte como antes, estaba preparado para empezar de nuevo un viaje en busca de respuestas.—