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Hacía un par de días que había llegado a la Selva de Tuercespina, los exploradores de la avanzada que había colocado allí meses atrás mandaron reportes sobre la actividad de un campamento de la Horda. Lo que más habían allí eran trasgos, pero estaban siendo protegidos por algunos guerreros orcos y chamanes trols. Junto con varios soldados novatos que habían estado entrenando bajo su tutela tomó varios grifos para llegar de forma rápida, aunque por su parte fue Invencible el que lo transportó hacia aquel lugar tan dejado de la mano de la Luz.

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La reacción ante su presencia fue inmediata, la moral de las tropas subió en cuanto bajó del caballo sintiéndose seguros de que aquella batalla iba a poder ser ganada con cierta facilidad, sin embargo el Paladín no confiaba tanto en ello. Si, estaba seguro de que podrían ganar, tanto como que iban a tener problemas en medio de la jungla empezando por el hecho de que no podrían llevar monturas para realizar una carga rápida, y mucho menos por sorpresa. Esos salvajes tenían mayor dominio del terreno del que lo tenían ellos, una emboscada era más que posible. Así pues, armado con su martillo y espada, montó un pequeño grupo de escaramuza donde las armaduras fueron puestas a parte, necesitaban un poco de camuflaje si no querían ser vistos en la lejanía, y los exploradores ayudaron para poder camuflarse. Un día les tomó el llegar, tomando descansos en intervalos de tres horas debido a las condiciones atmosféricas que estaban cayendo sobre ellos en esos momentos en forma de lluvia y truenos. Por si acaso necesitaban salir de allí rápido todos llevaban una piedra de hogar vinculada, una que sería destruída si otra persona la tocaban. Y fue así como en la madrugada del segundo día llegaron. Por la lluvia las antorchas del campamento estaban apagadas, pero podía verse perfectamente a los guardias orcos allí vigilando. Varios puestos de vigilancia con arqueros Trols. Eso era lo único que veían desde fuera.

 

Los primeros en empezar a avanzar fueron unos cadetes, siempre con la vista al suelo por si habían explosivos goblins por allí enterrados. Un par de flechas volaron hacia un puesto de vigilancia, el más cercano, y aunque una de estas falló, la otra atravesó el cuello del Trol quien solo tuvo tiempo a llevarse la mano a la garganta para luego caer desplomado contra la madera. Esta crujió un poco, pero por suerte un relámpago tapó el sonido. El suelo retumbó, había caído cerca y un árbol había acabado partido a no más de cien metros del grupo, provocando que alguna de la fauna huyese del lugar, al menos no atraerían a carroñeros desde el primer momento, no quería tener a una manada de raptors encima desde que la primera gota de sangre fuese derramada.

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Una vez los soldados rodearon el campamento, empezó el asalto al lugar siendo el primero en avanzar el antiguo príncipe de Lordaeron. Este avanzó cauto intentando no llamar demasiado la atención hasta que estuvo apenas a un paso del primero de los guardias que estaba en la entrada. Un mazazo cargado con todas sus fuerzas que hundió el casco del orco junto a su cabeza, haciendo que la sangre saliese de forma abundante tanto de su boca como de la nariz y oídos. El otro orco lo vió y rugió hacia él, empezando a cargar y dicho sea de paso, haciendo que el pánico empezase a cundir en el lugar y cada uno de los soldados de la Horda empezasen a tomar sus posiciones.

 

Arthas fue perseguido hasta un punto en el que se metió entre unos matorrales, matorrales que se levantaron junto con unas alabardas haciendo que el orco no solo se empalase, sino que además se cortase los costados. Una vez estas fueron desclavadas se pudo ver el patético estado del orco: Intestinos a medio sacar, profundos cortes entre las costillas que casi llegaban a los pulmones y una cantidad de sangre digna de un ser de tal altura.

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— ¡ATACAD!

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Gritó Arthas, total, el rugido ya había alertado a todo ser que estuviese allí dentro. La batalla no tardó en empezar y el fuego aunque antes hubiese estado apagado ardió con fuerza, un par de tiendas orcas recibieron unos flechazos cuyas puntas estaban envueltas en pieles con brea, asegurándose de que no se apagase la llama solo por un par de gotas de agua.

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Ahora con la nueva iluminación del lugar, Arthas con los soldados empezaron a entrar en el campamento mientras los arqueros elminaban como buenamente podían a los vigías Trols abatiéndolos desde las sombras de la jungla. Dejando su martillo atrás Arthas tomó su espada para poder tener un combate más rápido y que necesitase de menos energías por su parte, lanzándose hacia uno de los chamanes. Unos rayos salieron disparados hacia el Paladín, sin embargo la luz lo protegió después de que este alzase levemente la mano y murmurase una bendición de protección sin parar de correr, únicamente siendo seguido de un salto y de un tajo descendente con ambas manos a la cabeza dle trol. Ambos colmillos parecieron desprenderse de la boca por la propia presión del golpe mientras el cráneo empezaba a ceder. No había tenido miramientos con aquel poderoso golpe, y ante la nueva acometida de un orco no pudo hacer más que alzar su arma intentando detener el golpe, algo que no funcionó del todo bien por la fuerza de la bestia.

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Su espada descendió puesto que los brazos del paladín cedieron y el metal de la gran hacha que llevaba recorrió el lado derecho de su cara, para ser más concretos el párpado, haciendo que una buena cantidad de sangre brotara a la par que él se tiraba hacia atrás para que el corte no fuese a más, una herida en su ojo derecho ya era bastante.

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Por la adrenalina podía ignorar el dolor por el momento, pero ardía, ardía y dolía de tal forma que se podía comparar a cuando de clavaban un trozo de metal candente por debajo de la piel y, casi como si de un berserker se tratase se lanzó hacia el orco estando enrabietado por el dolor. El corte no fue ni mucho menos débil, sino que no sin esfuerzo, la luz se abrió paso entre el metal del contrario cortando la empuñadura metálica de aquella arma y terminó por penetrar en la armadura, pudiéndose ver cómo poco a poco se abría paso entre el metal de las placas.

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Fue de un momento a otro que las cosas empezaron a ponerse feas, una explosión por algún mecanismo goblin que hizo que el lugar se sacudiese y que saliese volando. Por suerte, tenía un orco delante, sin embargo cayó con el cuerpo inerte de este encima y con un trozo metálico atravesándole el brazo derecho justo entre músculo y hueso. Dentro de su mala suerte se podía decir que hasta había tenido.

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Se escuchaban gritos de muchas tonalidades tal y como estaba en esos momentos, algunos eran rugidos inhumanos, otros, agudos y hasta patéticos, otros podía reconocer lo que era la agonía de un humano siendo quemado vivo y es que pese a que ahora mismo no lo podía reconocer, había salido volando del campamento hacia fuera por la explosión y era ahora cuando notaba el dolor en el cuerpo.

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Soltando un fuerte gruñido se quitó al orco de encima desclavando su arma, abriendo su ojo sano para poder ver los resultados de aquella explosión. Habían muertos por ambos lados, tanto Horda como Alianza, aunque siendo que los segundos no habían entrado de lleno podía decirse que habían más supervivientes que del otro bando. Hizo un gesto a los exploradores para que rematasen a aquellos engendros antes de que pudiesen siquiera retomar conciencia de lo que pasaba a sus alrededores mientras que se llevaba la zurda al ojo derecho apretando levemente, haciendo que la luz acudiese a su ayuda de forma sanadora, poco pudo hacer realmente, calmar el dolor por ahora como un calmante lo habría hecho, pero eso iba a doler mucho luego.

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— Capitán, revise que no haya supervivientes, quemadlo todo.

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Ordenó con un tono de voz hasta frío.

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— Después guíe a sus hombres hasta el puesto de la frontera.

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Por su parte, envainó como buenamente pudo su espada y buscó su martillo, notando el dolor en su cuerpo simplemente al moverse, su brazo apenas respondía como quería y es que en cuanto tocó el martillo con su pie derecho, sacó la piedra de hogar que llevaba con él y canalizó su poder, necesitaría algo más que la luz para curarse esa vez.

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